miércoles, 1 de julio de 2015

Un bonsái de buganvilla


Siempre intento experimentar con árboles y arbustos, para ver si es posible convertirlos en bonsái y aportar nuevas especies a las que ya se cultivan. En este caso le tocó a una buganvilla.
La buganvilla es un arbusto que se desarrolla en climas cálidos. Recibe nombres variados según distintas partes del mundo: bugambilia, papelillo, veranera, trinitaria, Santa Rita, etc.
 
Las buganvillas son arbustos que alcanzan desde 1 hasta 12 m de altura, y que crecen en cualquier terreno. Su tronco no es ni muy grueso, ni muy resistente, por lo que tienen algo de trepadoras, para lo que usan unas durísimas y afiladas espinas. Son plantas perennifolias en las zonas en las que llueve todo el año con una temperatura homogénea, pero también pueden ser de hoja caduca en zonas con estaciones secas o frías; por debajo de siempre 5 ºC pierde la hoja.





Imágenes de buganvillas que he ido obteniendo en diversas partes del mundo: Vietnam, Grecia, Marruecos, España
 
Las hojas son alternas, simples y de forma ovalado-acuminada de tamaño medio, lo que las hace válidas para un bonsái.  La flor es de color variado aunque el más habitual es el malva rojizo. Hay que aclarar una cosa, lo que parecen las flores no lo son, son realmente las brácteas que rodean a la verdadera flor, que es pequeñita y siempre blanca.  


Flores blancas de mi bonsái rodeadas de brácteas malvas
En Madrid, donde vivo, debido a las heladas no aguantan los fríos inviernos, a pesar de los esfuerzos que he hecho protegiéndolas, cubriéndolas, tapándolas, etc. La variedad Bouganvillea spectabilis puede aguantar hasta -3ºC, y la variedad Bouganvillea glabra hasta -7ºC, pero las heladas madrileñas suelen ser determinantes. Sin embargo, en el sur de España se desarrollan de una forma espléndida produciendo un sinnúmero de flores todo el tiempo.
Siempre compro buganvillas en el verano pero desgraciadamente no sobreviven al invierno. El último año, harto de que ocurriera lo mismo, decidí meter en el interior una buganvilla de poco porte, aunque sé que no es lo deseable para la planta debido a la calefacción. La llevé a mi despacho y la puse junto a una ventana, en una zona no muy calurosa; si no tiene mucha luz pierde la hoja o no la recupera. La planta, ya había perdido todas las hojas en el exterior con el comienzo del frío, pero con el nuevo ambiente empezó a recuperar de nuevo las hojas. Mucha gente que entraba en el despacho me decía, “vaya, te has traído un bonsái”, a lo que contestaba que no, que no lo era. Después de decirlo muchas veces llegue a la conclusión que algo tenía que tener para que la gente lo confundiera con uno. Y pasé a darles la razón.
Para darle un auténtico aspecto de bonsái, revisé la planta y lo primera que hice fue podar todas aquellas ramas inadecuadas y recortar algunas de las más largas con la intención de empezar a darle forma. Y así la dejé pasar el resto del invierno, abonándola regularmente para que estuviera fuerte de cara a la primavera.
Al cabo de unas semanas la planta se había adaptado al nuevo ambiente y había vuelto a recuperar las hojas.
Cuando dejó de hacer frío me lo llevé a la terraza de mi casa y procedí a ver como estaban las raíces, porque hasta ese momento no lo había hecho, ya que seguía en la maceta de plástico del vivero. Cuando quité la maceta me di cuenta de que todo era un paquete indiferenciado entre sustrato, raíces y raicillas.
Parecía una labor complicada limpiar las raíces, pero era imprescindible que la abordara si quería que las raíces futuras se desarrollaran sanas en un sustrato drenante. Empecé a limpiar el cepellón con un palillo y vi como salía el sustrato, una especie de musgo, unido a las propias raíces, sin que fuera capaz de diferenciarlos. Cuando terminé el aspecto era penoso. Llegado a ese punto decidí acabar de limpiarlas por completo con agua, pensando que dañaría menos a las raíces que quedaran, que seguir haciéndolo con el palillo. Finalmente me quedaron unas pocas raíces de grosor medio, una gordísima raíz pivotante central y ninguna raicilla. Corté la raíz pivotante en un punto que me permitiera plantar la buganvilla en una bandeja de bonsái y que al tiempo conservará suficientes raíces. Desgraciadamente las que quedaron estaban mayoritariamente en un solo lado.

Planté el arbusto en akadama y lo fije con alambres, porque no había forma de que se sujetara por sí solo. En ese momento, con un gran número de hojas en sus ramas, el aspecto era bueno, pero falso, porque todas las hojas se cayeron como consecuencia de esa poda tan drástica. A pesar de ello vi que las ramas no se habías secado y esperé a ver qué ocurría.

Poco a poco han vuelto a aparecer hojitas, que sin alcanzar el estado anterior a la poda, han cubierto gran parte de las ramas. En las últimas semanas incluso han empezado a salir flores, signo inequívoco de que la planta se está recuperando.

Cada día se abren más flores y están más bonitas.


En los próximos días voy a recortar alguna de las ramas gruesas y largas que había conservado para ayudar al árbol, pero que ahora considero que no son necesarias y esperaré a que la que he elegido para continuar con el tronco en una imagen zigzagueante y formar el ápice lo haga.
Creo que será fácil dar forma al árbol porque tiene una gran vitalidad y eso me permite modelarlo bien en poco tiempo. Estoy seguro que al final de este mismo verano el aspecto será muy atractivo. Mi temor está en el invierno. Dado que vi que el espacio que le busqué para crecer era de su agrado, lo que haré esté año será trasladarlo antes de que el frío le haga perder la hoja y someterlo a un nuevo estrés. Intentaré que las mantenga todo el año y que el proceso de renovación sea menos estresante. Actualmente la riego copiosamente pero porque sé que drena bien con el nuevo sustrato de akadama. También la estoy abonado regularmente, pero porque quiero que supere todos los grandes esfuerzos de adaptación, pero en cuanto la vea recuperada reduciré en invierno tanto los riegos como el abonado, porque es un arbusto que no necesita demasiado.