domingo, 24 de febrero de 2013

El gran jaguar rojo, trasformación de un ficus retusa
En el 2004, una persona que no podía seguir cuidado de sus árboles, me los pasó para que me encargara yo a partir de ese momento. Uno de ellos era un pequeño ficus, de los que se comercializan industrialmente en los viveros y grandes superficies. Alguien ha debido pensar que retorcerles brutalmente el tronco los convierte inmediatamente en un bonsái; nada más lejos de la realidad. No sólo su aspecto era lamentable, sino que su salud tampoco era la adecuada.
 
Dado que era imposible corregir ese defecto en el tronco, lo primero que hice fue intentar ver si en otra posición de plantado se podía disimular o aprovechar la gran curva del tronco. Después de analizarlo, concluí que si lo giraba 90º y dejaba que colgaran sus ramas formando un  kengai (árbol en cascada) podría mejorar notablemente su aspecto. Como parte de las raíces quedarían al aire tenía que comprobar si las que pudiera mantener enterradas serías suficientes para que el árbol prosperara. Lo saqué de la maceta y, tras observarlo, entendí que sí podía ser viable si mantenía con vida las raíces aéreas durante un tiempo.
La maceta que elegí para el trasplante fue una pieza suficientemente alta que permitiera el cuelgue de las ramas.
 
 
Mantuve las raíces que habían quedado al aire cubriéndolas con una mezcla compacta de tierra y arena, y lo cubrí con musgo, para mantenerlas vivas mientras crecían las raíces que habían quedado debajo.
Podé y alambré las ramas para empezar a dirigirlas hacia su nueva forma.
 
 
Dos años después, decidí volver a plantarlo, pero ya en una posición más alta, dejando al aire las raíces más gruesas, ya que se había formado un adecuado mazo de raicillas nuevas.
 Como me parecía que la maceta que había elegido no se ajustaba bien a la imagen del árbol, ya que, aunque dejaba que cayeran las ramas, su boca era demasiado pequeña para apreciar bien las raíces, en 2009 decidí cambiarlo de nuevo de maceta a otra más adecuada, con una pequeña modificación del ángulo de inclinación que potenciara las nuevas raíces aéreas.
 
Cuando lo coloqué en esa posición, creí ver en ella una de las esculturas más peculiares de la arqueología mexicana, la conocida como Chac mool. Este es un tipo de esculturas precolombinas mesoamericanas que aparecen al principio del período posclásico en diversos sitios de Méjico, principalmente en las zonas de Chichén Itza y Tula. Esta denominación, que es un nombre maya yucateco, le fue asignado por Auguste Le Plongeon, quien la descubrió en sus excavaciones en Chichén Itzá; significa "gran jaguar rojo”.
Se trata de una figura humana reclinada hacia atrás, con las piernas encogidas y la cabeza girada, en cuyo vientre descansa un recipiente. Siempre han sido encontradas en contextos sagrados, es decir, asociadas a pequeños altares, a juegos de pelota, o directamente relacionadas con el dios de la lluvia. Se le han atribuido dos posibles funciones, como altar en el que se colocaban la ofrendas dedicadas al dios, ya fueran alimentos, corazones u otros presentes, o como piedra de sacrificios.

 
La  primera imagen que muestro es la de la figura que está situada frente al Templo de los Guerreros, en Chichén Itzá, y se puede ver como el pliegue de las piernas de la figura coincide con los pliegues de las raíces del bonsái, la inclinación del tronco principal sigue la forma del torso y las ramas más altas pueden asemejar a los brazos de la figura. La segunda, más sencilla, también fue encontrada en Chichén Itzá, y me sirve para mostrar la otra cara del bonsáis, donde se mantiene las similitudes.

La variedad del bonsái, un ficus retusa, también encaja perfectamente con el clima subtropical de la ribera maya. Cada vez que miro al árbol percibo la forma de la escultura y el clima del lugar en el que se encuentra.

Para mí, a partir de ahora el árbol debe llamarse como esas esculturas, gran jaguar rojo, para lo que el color de la maceta ha sido un acierto, y creo que debo continuar con su modelado siguiendo la inspiración de esas imágenes.


 

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